Mirando a María Inmaculada...

02.07.2014 14:31

Comencemos entonces a mirar, de manera profunda, contemplar cada detalle, de una pintura para todos conocida, me refiero a la bella Inmaculada de Capparoni, que se encuentra presente en todas nuestras casas. 

No es una simple pintura, es nuestro emblema congregacional, es la imagen de nuestra "Mamá" siguiendo las enseñanzas del Beato Luis. Este cuadro expresa mucho mejor que todas las palabras lo que  se podría decir sobre María y sobre nuestra actitud contemplativa a ejemplo de Ella. 

Para mí es la expresión acabada de la doble vertiente de la contemplación: Rostro y Manos (Contemplación y Servicio, o mejor Contemplación como servicio). 

Su rostro juvenil expresa la fe joven de María, jamás envejecida por el cansancio o la duda; expresa su prontitud al estar y ser junto a su Hijo, expresa su alegría, al mismo tiempo, la serenidad de quien espera en Dios de manera absoluta, sin temor a los peligros (su pie pisando la serpiente), porque sabe que "en él todo lo puede". 

Al mismo tiempo su rostro delicadamente juvenil pero maternal, da a entender que se encuentra en "diálogo" con la Palabra creadora y la Creación, cada uno de sus hijos tenemos la posibilidad como ella de “la escucha de la Palabra; como un diálogo permanente entre Dios y el hombre, que va humanizando y divinizando a la vez al hombre haciéndolo más perfecto y pleno.

Al mirar de manera detenida el cuadro en su conjunto, podemos recordar, lo que alguna vez nos enseñó el P. Carlos Vece, cuando hablaba sobre la a presencia modélica de María en la espiritualidad de los Hermanos; y valiéndose de las mismas palabras del Beato Luis, nuestro fundador, nos decía;  “la hermosa  modestia, la humildad, la obediencia; virtudes que así como resplandecieron en nuestra Madre, así deben ser para nosotros hijos suyos, esencialmente las primeras”.[1] La obediencia pareciera estar representada por las manos. Con esta actitud doble, de obediencia-adoración, lo podemos reconocer al fijar nuestra mirada de su mano izquierda; que se encuentra abierta y pegada sobre su cuerpo. Pienso, en aquellas veces en las que hemos recibido una noticia que nos ha conmovido, o incluso, cuando nos sentimos sorprendidos por alguna situación extrema; cuando eso sucede, por lo general llevamos nuestras manos al pecho, y buscamos casi inconscientemente “sostener nuestro corazón”.  Pero en María Inmaculada es actitud de quien recibió y contiene en todo su ser, algo totalmente incontenible, y ante eso no cabe más que con el mismo gesto expresar adoración a tan grande misterio.

Buscando profundizar un poco más me quisiera detener en la “mirada de María”. Sin duda que una mirada particular. No se trata de una mirada fuerte o una mirada perdida en el algún lugar. Todo lo contrario, se trata de una mirada dulce pero que al mismo tiempo que abraza con la concentración de su mirada. Su mirada se encuentra dirigida hacia algo, o mejor hacia “Alguien”, que ha cautivado totalmente su mirada, de modo firme y certero. Con respecto a la mirada de María podemos afirmar “que allí está el reflejo de la mirada del Padre que la hace Madre de Dios, y la mirada del Hijo desde la cruz, que la hace Madre nuestra[2] todos nosotros, cada día “tenemos necesidad de su mirada de ternura, de su mirada materna que nos conoce mejor que cualquier otro, de su mirada llena de compasión y de cuidado”.[3]

 

“Así como aquel que los llamó es santo, también ustedes sean santos en toda su conducta, de acuerdo con lo que está escrito: Sean santos, porque yo soy santo.” (1Pe 1,15-16). Santidad como fin último y primero, pero sirviendo, es la clave en la vida del fundador, donde nos recuerda  que “el fin del Instituto es santificarse a sí mismo y al prójimo sirviendo a Dios en la disciplina regular…” ¿Cuántas veces hemos buscado auxilio en la oración -y lo seguiremos buscando hasta el último día-  para obtener el don de la santidad?, es todo una forma de vida la que nos proponemos, animados y mandados a “tener las mismas virtudes que “adornan” a nuestra Madre  del Cielo.

Esta es una idea clave que se encuentra clara en Luis Monti y aparece en sus escritos; “Pero el honor más grande y más agradable que podemos rendir a Maria es aquél de reproducir en nosotros las virtudes que ella tuvo en sumo grado".[4] La mano derecha, sostiene leve pero firme, el ramo de “lirios”, ella que es inmaculada desde su concepción, a modo de “regalo” que delicadamente pero fiel sostuvo durante su existencia, desde una vida pura y absolutamente reservada al servicio de su Creador. 

Al mismo tiempo podemos notar, que el ramo de lirios, tiene una contextura particular en su tallo, especialmente desde su base. Pareciera que son espinas, tal vez expresión también del sufrimiento y dificultad del seguimiento de su amado Hijo. Nosotros sus hijos, también podemos imitarla, acudiendo a ella para que nos muestre el modo de la pureza perfecta, que es aquella que invade toda su la vida, pureza de costumbres, de mirar, de trabajos, de educar, pureza incluso en el hablar y hasta en el caminar. En una palabra una pureza humanamente posible, que no es más que santidad cotidiana y ordinaria, como lo vivió ella misma en Nazaret asumiendo también nosotros las dificultades que nuestra vida de consagrados pueda llegar a sufrir según el lugar donde nos encontremos.

Hno. Jorge Romero  cfic



[1] Este texto pertenece a una carta del 23 de noviembre de 1893, el motivo de la misma es el de la preparación de la Fiesta de la Inmaculada, en “Con el corazón de Luis Monti la caridad cristina hoy”, P. Carlos Vece C.F.I.C Cuaderno del Carisma Nº 16.Grafica Luigi Monti s.r.l , Saronno Giugno 1999

[2] Homilía del Santo Padre Francisco, en la Misa celebrada en el Santuario de Nuestra Señora de Bonaria, en la localidad de Cagliari, isla de Cerdeña (Italia) el 22 de setiembre de 2013.

[3] Idem.

[4] Carta Circular del Beato Luis Monti del 28 de abril de 1899 en ocasión del mes de Maria. en “Con el corazón de Luis Monti la caridad cristina hoy”, P. Carlos Vece C.F.I.C Cuaderno del Carisma Nº 16.Grafica Luigi Monti s.r.l , Saronno Giugno 1999

 

 

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